El 01 de abril de este año, un ataque con misiles destruyó completamente el edificio de varias plantas situado junto a la embajada de Irán en el distrito de Mezzeh de la capital de Siria, donde funcionaba el Consulado de la Republica Islámica de Irán. En ese ataque murieron al menos 7 personas, entre los muertos está el general de brigada Mohamed Reza Zahedi, uno de los comandantes de más alto rango de la Guardia Revolucionaria.
La Republica Islámica atribuyó el ataque al Estado de Israel, a lo que las fuerzas armadas del mismo no hicieron ninguna declaración, lo que en la práctica equivale a aceptar la responsabilidad.
Posteriormente, el sábado 13 de abril, Irán lanzo un ataque coordinado con misiles y drones sobre territorio Israelí, sin ocasionar víctimas fatales, pero sí cuantiosos daños, además de poner en vilo al mundo durante las horas que los artefactos tardaron en llegar a su destino.
En la República Argentina, el presidente Javier Milei, que suspendió su viaje por Europa debido a la represalia iraní, en clara alineación con Israel, emitió un comunicado oficial donde entre otras palabras menciona su “solidaridad y compromiso inclaudicable con el Estado de Israel”; que la Argentina ha adoptado “una nueva política exterior que se basa en la defensa de los valores
de Occidente” y que el Estado de Israel es “baluarte de los valores occidentales en Medio Oriente”.
Antes que nada, voy a compartir mi visión de la situación actual global, para luego opinar sobre el posicionamiento argentino y sus riegos.
Es claro para casi cualquier analista de la situación internacional, que nos encontramos en una época signada por importantes cambios geopolíticos, que están modificando la balanza de poder entre las potencias globales y regionales. En el caso específico de Medio Oriente, a partir del colapso de la URSS, fue Estados Unidos el que se encargó de la estabilización de la región, con un claro favoritismo por su aliado histórico, el Estado de Israel, pero intentando evitar escaladas en las disputas históricas de la zona. Posteriormente a los atentados del 11 de septiembre del 2001, cuando es golpeado el corazón económico de la potencia hegemónica, ese rol fue dejado de lado para pasar a actuar violentamente contra los Talibanes en Afganistán primero y luego contra Sadam Hussein en Irak, con invasiones rápidamente exitosas en lo militar, pero incapaces en lo político de remediar la situación de inestabilidad que las mismas invasiones agravaron en la región. Esto propició los sectarismos cada vez más radicalizados, con el Estado Islámico como ejemplo más concreto, y el contagio de la situación a toda la región, con revoluciones, golpes de estado e incluso guerras civiles que sacudieron a Egipto, Libia, Siria por poner los ejemplos más conocidos.
Frente a esta situación de descomposición de los Estados de la zona, Israel podía dedicarse a sus asuntos tranquilo, sin preocuparse por el accionar de sus vecinos, y continuó la política de ocupación de los territorios palestinos y el desplazamiento de su población. Irán también salió fortalecido, ya que la caída de su enemigo histórico en Irak, hizo fuertes a las milicias chiitas de la zona, que comparten esta visión del islam con Teherán, logrando paradójicamente
influencia en su vecino invadido por Estados Unidos. También se fortaleció su alianza con Hezbollah en el Líbano, que logró una exitosa defensa del territorio libanes frente a la invasión de Israel en 2006. Luego participó con éxito en la guerra civil Siria, apoyando al gobierno sirio de Al-Assad, logrando evitar su caída con la ayuda de Rusia. Últimamente, también apoya a los Huties de Yemen, en su resistencia al ataque de las fuerzas saudíes a su territorio.
Como se puede inferir Estados Unidos dejó su posición de mediador, participando activamente en la zona, para luego retirarse paulatinamente, debido al enorme desgaste que sufrió en esas invasiones, y al fracaso rotundo en instalar gobiernos títeres estables. Ese vacío que dejó Washington, fue ocupado por Rusia, que merced a su firme apoyo al gobierno sirio de Assad, logró ser visto como un actor relevante en la región, con presencia militar e influencia política. Pero a partir de la invasión de Ucrania en 2022, la presencia rusa también se debilitó atento a su concentración en su objetivo más prioritario de Ucrania.
Si bien China, ha tratado en este último tiempo de mediar en el conflicto, atento a su pretensión de potencia global, todavía no tiene presencia en la zona, ni su influencia es tan decisiva, por lo que podemos decir que hoy por hoy no hay una potencia que supervise a los Estados de Medio Oriente, lo que puede explicar estas escaladas en sus enfrentamientos.
Es claro el retroceso de Estados Unidos en todos los ámbitos de su poder global, retrasado solo por su enorme gasto militar, que aún lo mantiene como la potencia indiscutida en ese ámbito, pero es algo que más temprano que tarde también perderá, dado el deterioro en su influencia económica y política.
Por estos lados, el gobierno libertario de Milei, fiel a la ideología que profesa, adhiere incondicionalmente a la visión del mundo de la potencia norteamericana. Se podría pensar que se reeditan las “relaciones carnales” de
la época de Menem, pero es claro que hay una diferencia muy importante respecto a aquellas. Mientras que en los 90 la alineación con el bloque occidental se veía más forzada y motivada más que nada en la victoria incondicional sobre la ideología socialista, caída en desgracia junto con la URSS, en los tiempos actuales, con la situación que describí más arriba, la alineación con Occidente es una apuesta más arriesgada, a un bloque más de los que actúan en el mundo, e incluso uno que tiene pocas oportunidades de salir victorioso en caso de una confrontación.
En este estado de cosa, cabe preguntarse que beneficios le puede traer a la Argentina esta posición geopolítica, y sobre todo que riesgos, ya que, si algo ha quedado claro estos últimos días, es que la situación global se está volviendo cada vez más violenta, con cada vez más apelaciones a la acción concreta en vez de a los discursos retóricos. Queda preguntarse si el gobierno no está jugando con fuego, poniendo al país en un conflicto que no es suyo y para el cual no está preparado, todo por una alineación ideológica de su gobernante de turno, alineación, que al igual que la pretensión libertaria en materia económica, atrasa 100 años al menos. Y eso no es algo bueno en un mundo cada vez más nuevo.