Se suele decir que, en China, cuando se quiere maldecir a alguien, lejos de insultarlo, se le dice: “Ojalá vivas tiempos interesantes”. Incomprobable, es cierto, pero viene bien para empezar esta reflexión. En estas fechas el ejército de Rusia ha abierto un nuevo frente en la región de Járkov, en su frontera con Ucrania. Además, y probablemente en coordinación con este ataque, continúa avanzando consistentemente en los frentes de Lugansk y Donetsk, las dos regiones separatistas que justificaron la invasión a su vecino en 2022, debido a la guerra que ya se desarrollaba allí desde 2014.
Haciendo uso de reservas frescas, está abrumando a una defensa ucraniana escasa de hombres y munición, y con una moral cada vez más baja debido a la lejana posibilidad de una victoria, que consistiría en la expulsión de las fuerzas rusas de todo el territorio de Ucrania, incluida Crimea, de hecho parte de Rusia desde el 2014.
La ayuda occidental a Kiev es vital para sostener el esfuerzo bélico de Ucrania, que ya no depende de si misma para su defensa, sino de lo que la OTAN pueda suministrar, pero esta guerra ha demostrado la resiliencia de Rusia, que a pesar de las pérdidas materiales y humanas, se ha adaptado bastante bien a un conflicto moderno, inclusive superando con éxito las duras sanciones de parte del boque occidental en su economía, que no solo no ha colapsado, sino que incuso muestra signos saludables merced a la inversión en armamento.
Esta subestimación de la capacidad del pueblo ruso es constante en la historia de occidente desde hace siglos, pero resulta sorprendente como continua vigente, cuando se llega a creer que un líder despótico toma decisiones arbitrarias sin consultar con nadie y alejado de la realidad. Los hechos desmienten esta hipótesis, ya que se nota una planificación y organización de las fuerzas de la nación rusa más allá del esfuerzo bélico, en una nueva configuración mundial.
La realidad actual muestra que esta guerra es actualmente de desgaste, en la que Rusia tiene todas la de ganar, atento a su mayor capacidad industrial y de hombres frente a Ucrania, que si bien puede suplir su falta de productividad con ayuda extranjera, no puede reemplazar a sus bajas en combate ya que las fuerzas de la OTAN no participarán directamente del conflicto, al menos por ahora, y de hacerlo sería una línea roja que podría desencadenar una guerra directa entre a OTAN y Rusia, cosa que no creo que la OTAN quiera o incluso pueda afrontar.
Esta situación ha desencadenado varios cambios geopolíticos que es menester evidenciar, si queremos saber dónde nos encontramos parados actualmente y hacia dónde va el sistema mundial de relaciones entre los países:
El primer cambio es el que se ha cerrado definitivamente la posibilidad de que Rusia se integre a Europa y coopere con ella, ya que la misma decisión de la invasión en 2022, significó que la elección de Moscú fue separarse de Europa y centrarse en sus relaciones con China, las ex repúblicas soviéticas de Asia, sus intereses en países de África y los países de los BRICS. Esto recuerda a la famosa cortina de hierro que dividió Europa durante medio siglo XX, solo que ahora se ha corrido peligrosamente cerca de Moscú, lo que explica la violenta reacción rusa, ante una afrenta a sus intereses vitales.
Como segundo cambio, Estados Unidos, que hubiera deseado centrar sus esfuerzos estratégicos en contener a China en el Pacifico, se ve arrastrado a destinar ingentes cantidades de material bélico, ayuda militar y monetaria a su aliado ucraniano, que si bien puede contribuir a desgastar a Rusia, ya percibido como enemigo luego del infructuoso intento de atraerlo de los años 90, también permite a China un respiro en la competencia entre potencias por lograr la supremacía global, y limita la capacidad de respuesta norteamericana ante el estallido de otros conflictos globales.
Como tercer cambio, y creo que es el más importante, este conflicto ha dejado en evidencia que el sistema mundial que se conformó luego de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, de la mano de las Naciones Unidas, y que luego seguiría existiendo a partir de la desaparición de la URSS y la hegemonía estadounidense, ya no es sostenible ante el cambio de la realidad operado en estos años. Este sistema, se ha mostrado impotente para dirimir los conflictos latentes en el seno del sistema geopolítico actual, los cuales cada vez con más frecuencia se dirimen directamente a partir del uso de la fuerza. Es claro como cada vez es más común ver a los actores mundiales cruzar las “líneas rojas”, esto es, límites de acción que determinaban que los actores internacionales evitarán ciertos comportamientos, a fin de no obligar a su contraparte a actuar de determinada manera. Ejemplo de esto fue la activa participación de Estados Unidos en la revolución de 2014 de Ucrania. Con la invasión de Georgia en 2008, Rusia había dejado en claro que no iba a tolerar que más ex repúblicas soviéticas se incorporaran a la OTAN, ya que esto afectaba a su área de influencia y su seguridad. No se respetó esta línea roja, y hoy Ucrania es el campo de batalla que conocemos. También en Medio Oriente se están cruzando líneas rojas, ya que el brutal ataque de Hamas a Israel fue una línea roja que Tel Aviv no podía dejar pasar, reaccionando con dureza, en una guerra abierta y despiadada contra Gaza y sus habitantes. La República Islámica de Irán por su parte, también dejó en claro que no tolerará más ataques furtivos de parte de Israel como el que sufrió su consulado en Siria, por lo que dirigió un ataque directo con misiles sobre Israel, otra línea roja que se cruza.
El problema de las líneas rojas, es que una vez cruzadas, ya no se puede volver atrás, y asistimos a un tiempo donde cada vez más todos los actores cruzan estas líneas, lo que lleva a la otra parte a reaccionar y de esta cadena de reacciones pueden surgir consecuencias impredecibles. Ya a esta altura se ha dado por tierra con la esperanza del neoliberalismo de terminar con la Historia como soberbiamente se esbozaba en los años 90 luego de la caída de la URSS, y vemos como la Historia continua, implacable, su curso.
Al finalizar estas líneas, ya por cerrar esta reflexión, escucho rumores de acuerdo de nuestro país con Ucrania para suministrar municione y drones, o al menos contribuir en su manufacturación. No hace falta demasiado análisis para ver el peligro de colaborar activamente en esta guerra. Y más allá de las posturas morales, validas siempre, desde el punto de vista meramente utilitario, ¿Qué se ganaría con eso como país? Solo son rumores aún, pero puede ser tema de otro artículo, si el gobierno argentino comete esa torpeza.
Nuestro país se caracterizó por la neutralidad en los conflictos globales anteriores, pero temo decir que, en este siglo, nos va a tocar vivir en tiempos interesantes.