El 9 de julio de 2024 dejó postales que, sin duda, quedarán para la posteridad. No por su magnificencia o por su importancia real, sino por su valor simbólico en un momento en que se discute la identidad nacional misma. En una época en la que todo se convierte en “meme”, la primera reacción en las redes fue desde la sorna, pero cada movimiento comunicacional es cuidado y pensado por Santiago Caputo, alguien que interpreta bien el “idioma” de la época.
En la década de los 90, el relato oficial se basaba en el paradigma propuesto por Fukuyama en 1992 en “El Fin de la Historia y el Último Hombre”, donde se intentó convencer a la sociedad de que las disputas ideológicas habían terminado con la caída del Muro de Berlín y que el consenso de Washington era el único plan para el desarrollo del país. Hoy, Milei se vale de una época que parece haber perdido el pensamiento crítico, donde se duda de todo, pero se cree en todo lo que circula por las redes. Esto es consecuencia de una evidente falla en los programas educativos que no forman para tiempos donde todo está en disputa, incluso la historia de nuestro país.
En el 218 aniversario de la firma del Acta de Independencia, Milei buscó resignificar la foto de Tucumán y recuperar los desfiles militares, resaltando la idea de “Libertad” en la primera y buscando resarcir un supuesto olvido de los gobiernos hacia nuestras fuerzas armadas.
En la firma del “Pacto de Mayo”, realizada el 8 de julio en Tucumán, se congregaron 18 gobernadores que plasmaron su firma en un documento lleno de generalidades y elementos sin asidero en la realidad. Basta con mirar el primer punto, donde se comprometen a respetar la propiedad privada, algo que ya está en la Constitución y que nunca ha estado en riesgo en nuestro país. También, y no siendo un dato menor, se comprometen a explotar los recursos naturales y a reducir el gasto público al 25% del PIB.
La explotación de los recursos no especifica cómo ni a favor de quién, tampoco si se hará cuidando el medio ambiente y con una mirada social, o si será mero extractivismo dejando grandes pasivos ambientales para el pueblo. Mirando el RIGI, se permite ser pesimista en este punto.
Con respecto a la reducción del gasto al 25% del PIB, tampoco se explica cómo, ni qué áreas serán desfinanciadas y cuáles se potenciarán. En el año 2001, cuando el país estaba en ruinas, la indigencia superaba el 27% y la desocupación llegaba al 25%, no existía un sistema previsional y no había cobertura alimentaria; ni hablar del financiamiento a la educación y la salud, la carpa blanca por falta de pago a docentes era un emblema y la fuga de científicos era noticia en los diarios, el gasto público era del 21% del PIB. Hoy el gasto ronda el 30% y en 2015, cuando el Estado ponía satélites en órbita y tenía el salario más alto de la región, llegaba a casi el 36%.
La segunda búsqueda del gobierno en términos de construcción del “relato” fue el impresionante desfile militar del 9 de julio. Un evento que no ocurría desde hacía 5 años y que el gobierno busca convertir en un hito que grafique un cambio de época. El momento más emotivo fue la marcha de los Veteranos de la Guerra de Malvinas, verdaderos héroes de la Patria, donde todo es poco cuando se trata de reivindicarlos.
El gobierno presentó este hecho como un reconocimiento “nunca” dado del Estado Nacional a nuestras FFAA y como el fin de una época de “maltrato” por parte de los gobiernos K. Un relato aceptado por una parte de la sociedad inmersa en la vorágine de la inmediatez y que encuentra acontecimientos cíclicos en nuestra historia como una novedad.
Argentina y sus Fuerzas Armadas, al igual que casi todos los países de Latinoamérica, debido a largos procesos de dictaduras, han recorrido un camino de reconciliación. No con los genocidas, sino con la institución, que fue humillada y bastardeada por aquellos oficiales que transformaron a nuestro ejército en encapuchados que asesinaron, torturaron y robaron bebés a compatriotas. Desde el año 2003 se ha llevado a cabo un proceso de formación democrática, y hoy se puede hablar de Fuerzas Armadas de la Democracia. A esas fuerzas, desde 2003 hasta 2015, se las modernizó, se mejoraron sus ingresos, se fomentó la formación en aspectos estratégicos para la patria y se reactivó la industria militar. Quedaba mucho por hacer, seguramente, pero se hizo mucho.
Se puede debatir si el “gesto simbólico” del desfile era una deuda; se puede pensar en el ejército marchando con quienes hicieron y hacen a este país democrático y libre. Lo que resulta cuestionable es la utilización del Ejército Argentino por aquellos que buscan reivindicar un momento de la fuerza, no precisamente al Ejército de San Martín o Belgrano, sino al de Videla, Galtieri o Massera. Alegra ver a las familias llegando al desfile, pero duele verlas llegar con aquellos que reivindican el levantamiento “carapintada” o hacen una caravana de Falcons a modo de provocación. Es un error si se cree que todos los que asistieron estén de acuerdo con eso, y mucho menos quienes marcharon, de ambos lados de la grieta.
Milei va a discutir la historia en su totalidad. Se va a hacer una utilización caprichosa de ella y se va a buscar hacer creer que expresa los deseos de los “Padres Fundadores”. La batalla cultural no se puede dar solamente haciendo revisionismo histórico, también es necesario empezar a dar los debates a los que el campo popular se cerró durante muchos años. El Peronismo o el Campo Popular realizó mucho en la reconciliación de las FFAA con la sociedad, grandes reivindicaciones que jerarquizaron a nuestro ejército, pero tal vez, un gran déficit fue lo simbólico. Ya lo dijo Julio César: “no basta con serlo sino también hay que parecerlo”.